Soy un coco

 

 

 

Ahora es un recuerdo lejano, casi parece una fantasía, pero hubo un tiempo en el que el sol asomaba por el lado puesto al que sale ahora: despuntaba en la misma dirección de donde venían las olas a aquella playa, exactamente al contrario del que sucede en esta otra, tan parecida a la primera.

Caí desde 15 metros de aquella palmera cocotera, mi madre, si se me permite la licencia, y, rodando, rodando, llegué al mar, que me recibió con su beso húmedo y salado.

Tras convertirme durante algunos días en juguete de las caprichosas olas, una corriente me arrastró hacia la mar incógnita, negra e infinita. La playa en la que nací fue empequeñeciéndose en la distancia hasta quedar reducida a una línea dorada y verde en el horizonte. Y luego, nada: un paisaje clonado de sí mismo –agua índigo, crestas blancas- en todos los puntos cardinales, que no son cuatro, como dicen, sino cualquier otro número, incluido el cuatro.

 

Debieron de ser meses suspendido en ese lánguido balanceo en superficie, avanzando o tal vez retrocediendo, porque cualquiera de los dos verbos asume la existencia de un destino, y yo carecía de tal cosa.

En aquella singladura fui pretendido como alimento por un titipuchal de animales -peces, tortugas, aves, moluscos- que acabaron rendidos y frustrados ante mi coraza inexpugnable. Mi piel tiene la dureza del ébano, para proteger mi semilla de los depredadores. No quiero resultar petulante pero mi diseño es un portento de la náutica: hueco por dentro para flotar y sin aristas, casi esférico, para aprovechar las corrientes marinas, esas cintas de transporte gratuitas que nos llevan a otras playas y a otros mares para cumplir nuestro plan: propagar nuestros genes.

Y en eso estaba yo. La costa a la que arribé se parecía muchísimo a aquélla de la que partí. No era la misma, de eso estoy seguro, por el motivo que expliqué al principio: el sol sale aquí de espaldas al mar (y descarto, por fabulosa, la posibilidad de que aquí la Tierra gire a contramano).

Mientras pienso estas líneas descanso en la playa. El 99% de las semillas de otras especies vegetales se hubieran podrido de después de este trayecto. Yo, por el contrario, aguanto dos meses de viaje sin que se deteriore el plan que tengo encomendado: reproducir una copia casi idéntica de mi ya lejana madre. El plan está codificado en los apenas dos centímetros del embrión en forma de una ristra de pares bases nucleicos tan larga como el tronco de una palmera. Guia y trucos de Tiktok

99% de las semillas

Hablé antes de mi diseño y guardé lo mejor para el final: mi capacidad para crecer en tierras que otros compañeros vegetales no dudarían en tildar desdeñosamente de estériles.

En cuanto la marea alta me deposite lejos del agua que me ayudó a llegar acá (gracias por todo, mar, pero doy por finalizada nuestra sociedad) dejaré que la arena me cubra, permitiré que el embrión abra uno de los tres agujeros que tengo en un extremo (ésos que nos emparentan con las bolas de boliche) y extenderé las raíces dos metros bajo tierra, buscando la capa freática en la que la sal ya no es un ingrediente sino apenas un regusto del agua.

Con los nutrientes que capte de esa arena sacaré la fuerza para elevar mi tallo, que luego será tronco, en sentido contrario a la empecinada gravedad. Y tal vez, pasado el tiempo, un hijo mío emprenda de vuelta el camino que me trajo hasta aquí.

Publicada inicialmente en junio de 2010.

junio de 2010

3

2

2

Soy un coco

Soy un coco

Ahora es un recuerdo lejano, casi parece una fantasía, pero hubo un tiempo en el que el sol asomaba por el lado puesto al que sale ahora: despuntaba en la mis

comodibujar

es

https://imagenestop.net/static/images/comodibujar-soy-un-coco-17054-0.jpg

2024-10-28

 

Soy un coco
Soy un coco

Si crees que alguno de los contenidos (texto, imagenes o multimedia) en esta página infringe tus derechos relativos a propiedad intelectual, marcas registradas o cualquier otro de tus derechos, por favor ponte en contacto con nosotros en el mail [email protected] y retiraremos este contenido inmediatamente