Yo siempre digo: “Jesusito”.
“Jesusito”.
Y ellos contestan:”de mi vida”.
”de mi vida”.
Y yo digo:”tú eres niño”.
”tú eres niño”.
Y ellos dicen “como yo”.
“como yo”
Hace unos años, cuando mi hija mayor era muy pequeña, siempre se equivocaba, y en vez de: “como yo”, contestaba: “Pocoyó”.
“como yo
“Pocoyó”
Y si mi fuente de inspiración decía “Pocoyó”…por algo sería
“Pocoyó
Creo que ya lo he contado alguna vez, ¿verdad?
Escribí esto hace un par de años en una entrevista para el blog de Maikelnai, pero he querido recuperarlo porque me gustaría contaros la misma historia con algunos matices. Hace casi dos años de la venta de mis acciones de Zinkia, y desde entonces no veo a Pocoyó más que por la tele. Nuestra relación duró diez años, lo que dura una infancia entera. A partir de ahí nos volvimos extraños. Soy un desconocido por más que fuera su padre. La vida es así, igual que nos juntó, nos separó.
Tenía pensado hace tiempo escribir sobre qué nos llevó a hacer Zinkia y Pocoyó, pero los acontecimientos de esta semana me han animado a hacerlo hoy. Las compañías son seres vivos que crecen y se transforman. Como los hijos cuando se hacen mayores, a veces se te parecen mucho y a veces menos, pero te pongas como te pongas no puedes evitar que tengan tus genes. Hoy mi relación con Zinkia, y con mi querido Pocoyó, es inexistente, no escribo al ataque, ni a la defensiva. Con tanto ruido alrededor solo quiero tener la oportunidad de contaros como empezó todo, porque su génesis es una historia de amor.
Me gustan las historias de amor y me gusta recordar cómo nació Pocoyó.
“Me he pasado la vida haciendo dibujos (desde que tengo recuerdos), diseñando cosas y más adelante creando compañías. Mi vida entera gira y ha girado alrededor de la creación y sin embargo yo iba para químico. Formado por mi padre en el racionalismo más absoluto, siempre al lado de la física y las matemáticas llegué a creer que aquella era mi vocación. Por alguna extraña razón en el último momento, después de la selectividad, tome una decisión curiosa y… acabé estudiando Bellas Artes.
No terminé la carrera. Llegué hasta quinto y me fui.
El caso es que con esa mente dividida entre lo muy científico y lo muy creativo, me di cuenta que mi mundo no era ser artista: pura responsabilidad (me hubiera muerto de hambre). Mi mundo era crear mi propio mundo, y eso sólo lo podía hacer siendo empresario.
Entonces, si quiero contar por qué nació Zinkia y Pocoyó, tengo que remontarme siempre al desastre previo de la primera empresa un poco seria que monté. Teknoland era una compañía dedicada básicamente a trabajar dando servicio a grandes cuentas. Nos fue muy bien durante ocho años. El negocio creció, creció y creció y desde allí arriba cayó a plomo con la debacle de las puntocom. En un día, en un solo día, todo lo que habíamos hecho desapareció. La crisis se anunció a las nueve de la mañana y los pocos activos de una compañía de servicios como la nuestra: clientes y equipo, se esfumaron por la tarde. Ya, ya sé que lo he contado cien veces pero esta vez tengo otra razón.
En el tremendo despiste de los meses que transcurrieron tras el cierre de Teknoland, empecé con mi hermano y mi hermana (Colman e Idoia) una pequeña compañía: Zinkia. Sin saber exactamente que íbamos a hacer, si teníamos al menos una idea muy clara. Una idea fácil de entender conociendo lo anterior. No queríamos que algo que hubiéramos creado volviera a desaparecer sin dejar rastro. Queríamos hacer algo que perdurara más allá de una empresa o de una crisis futura. Queríamos “crear” un producto, no dar un “servicio”. Queríamos elegir nuestro sitio en la cadena de valor. Queríamos ser los primeros de la fila. Horoscopos y tarot de amor
Teknoland murió y Zinkia nació y sin embargo en mi vida con todo lo profesional en esa centrifugadora de subidas y bajadas había “algo” que estaba creciendo más fuerte y poderoso. Ese “algo” era mi primera hija, mi hija Vega y fue ella la que dio sentido a todo lo que había pasado.
Un día estábamos en casa viendo los Teletubbies. Vega tenía dos años. Estaba enamorada de ellos. Se quedaba colgada de la tele y de los colores de esos personajes. Po, Tinky Winky, Lala, Dypsy. Se repetían una y otra vez, hablaban muy raro y no tenían expresiones. Yo no los entendía y sin embargo a mi hija le encantaban. No había prestado mucha atención antes a estos muñecos, ni siquiera había pensado en series infantiles de televisión desde Mazinger Z.
Me han preguntado muchas veces:
“¿Los odias?”.
“¿Los odias?”.
“No. Al contrario. Los Teletubbies iluminaron mi camino aquella vez ¿Cómo voy a odiarlos? Aunque no te lo creas para mí son como los Rolling Stones”.
“No. Al contrario. Los Teletubbies iluminaron mi camino aquella vez ¿Cómo voy a odiarlos? Aunque no te lo creas para mí son como los Rolling Stones”.
¿Qué los hacía tan atractivos?, aun no lo sé. Lo que si sé es que un día viéndola señalar la tele y reírse, y bailar, sentí una enorme envidia (sana) por aquellos que estaban construyendo los recuerdos de mi hija y así, de pronto, todo apareció muy claro. En ese momento supe que era lo que quería hacer. Quería ser YO el que le hiciera los recuerdos a mi hija. Los recuerdos de las series de televisión de su infancia. Y hacerlos con mis hermanos y mis amigos y con mis socios. Y hacerlos para sus hijos y para todos los niños que miran la tele con la que desarrollan su personalidad y sus memorias. Hacer algo que nada lo pudiera borrar, ni una crisis empresarial, ni un problema societario. No podía encontrar un mejor punto de partida, si la cosa no funcionaba, estaríamos orgullosos de haberlo intentado por ellos y si salía bien…
Así se encendió la mecha. A veces son razones pequeñas las que te llevan a hacer algo grande”.
No toda la historia es igual de bonita claro, pero estos son sus pilares. Una compañía de servicios es casi como una cinta transportadora, avanzas a duras penas, generas poco valor en el largo plazo más allá de tus clientes y de tu equipo, pero cada vez que acabas el trabajo lo cobras (al menos antes de la crisis era así). Una empresa que quiere ser dueña de su producto: vino, queso, zapatillas o “Pocoyós”, tiene que hacer un largo viaje de inversiones, trabajo y noches sin dormir y luego esperar que el mercado juzgue y consuma (o no). Para conseguir el premio de un activo de calidad necesitaras: un poco de visión, un poco más de suerte y un mucho de recursos y trabajo bien hecho.
Esta vez, mi sueño se cumplió. Hoy Pocoyó está en la mente de miles de personas en todo el mundo y forma parte de sus recuerdos como lo forma de los míos. Así que, esté donde esté, y pase lo que pase; me hable, me quiera, se parezca a mi o no, solo puedo desearle de corazón el mejor de los viajes.
Pocoyo y yo
”de mi vida”. Y ellos contestan:”de mi vida”. Y ellos contestan:”de mi vida”. “Jesusito”. “Jesusito”. Yo siempre digo: “Jesusito”. Yo s
comodibujar
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2024-10-14
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