Desde hace ya mucho tiempo cuando alguien viene a preguntarme que qué opino de tal o cual ordenador que se va a comprar con las prestaciones de este por delante le explico que para la mayoría de los usos que le damos a los ordenadores estas son prácticamente irrelevantes e intento que se olvide de ellas.
Obviamente no defiendo que nadie se ponga a estas alturas a usar un 486 con 1 mega de RAM, pero intento hacerle ver que lo que importa es que haya el software que le permita hacer con el ordenador lo que quiere hacer con él, aunque también es cierto que según para qué tareas sí es verdad que las prestaciones sí son importantes.
Pero, insisto, no para la inmensa mayoría de nosotros.
Y esto mismo viene pasando cada vez más con todo tipo de dispositivos como los teléfonos móviles, que cada vez se diferencian menos de un ordenador, las cámaras de fotos, las televisiones, etc.
El software es cada vez más lo que define lo que podemos hacer con los cacharros que nos rodean –y pienso también en cosas como programar el funcionamiento de un aparato de aire acondicionado– y en muchas ocasiones no somos capaces de sacarle ni de lejos todo el partido que podríamos debido a lo complicado que es el interfaz que nos permite manejar este software.
Claro que también corremos el peligro de dejar que el software se convierta en nuestro interfaz con el mundo y desconectar nuestra capacidad de raciocinio y el sentido común.
Y no sólo se trata de que el software, al fin y al cabo creado por otras personas, pueda tener fallos, sino que a veces nos aísla de tal forma del mundo real que no sabemos reaccionar cuando falla o cuando establece una barrera –de la que a veces no somos conscientes– a la hora de percibir el mundo.
Esto lo puede atestiguar, por ejemplo, cualquiera que haya seguido las instrucciones de un GPS para dar una vuelta impresionante o encontrarse en un camino sin salida, pero hay casos más graves en los que esta dependencia del software ha provocado verdaderos desastres. Actualidad y noticias
Uno de ellos podría ser, por ejemplo, el accidente del vuelo 447 de Air France, desaparecido sobre el Atlántico el 1 de junio de 2009 cuando, debido a un fallo en los sensores de velocidad, el software de a bordo desconectó el piloto automático y puso el avión en un modo de funcionamiento que los pilotos no supieron reconocer a tiempo.
Y probablemente en unos meses descubriremos que el reciente accidente del vuelo 214 de Asiana, que se estrelló al tomar tierra en San Francisco, también estuvo causado por un uso erróneo de los sistemas de a bordo por parte de los pilotos.
Así que bienvenido sea el software, pero no olvidemos seguir utilizando el sentido común.
{Foto: Exit (cc) Exey Panteleev}
Ojo con el software que se mete entre nosotros y el mundo
Desde hace ya mucho tiempo cuando alguien viene a preguntarme que qué opino de tal o cual ordenador que se va a comprar con las prestaciones de este por delan
comodibujar
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2024-12-25
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