La revolución se puede hacer con tiros, sangre y mucho dolor, pero es mejor hacerlo con ingenio, cosas de andar por casa y, en definitiva, una sonrisa, que eso no hace daño a nadie (por lo menos físico; a los malos seguro que les sienta mal). De eso sabe un poco el activista serbio Srdja Popovic, que en 1999 comenzó una revolución pacífica en su país para acabar con el dictador Slobodan Milosevic y desde entonces ha viajado por todo el mundo para formar a otros revolucionarios.
Recientemente ha salido en español ‘Cómo hacer la revolución. Instrucciones para cambiar el mundo’ (editorial Malpaso), un libro que condensa la experiencia de Popovic en la Serbia de 1999 y que también cuenta cómo, con agudeza y comicidad, otros activistas desencadenaron una revolución en su país.
‘Cómo hacer la revolución. Instrucciones para cambiar el mundo’ (editorial Malpaso)
Sin ir más lejos, Popovic y sus compañeros se sirvieron de unos pavos para animar a sus compatriotas a cambiar Serbia. En un acto contra Milosevic en un pueblo, unos activistas cogieron unas flores blancas (que simbolizaban a Mira Markovic, la esposa del dictador, ya que ella siempre llevaba una en el pelo), las fijaron sobre la cabeza de unos pavos y soltaron a estos por las calles.
Los habitantes “asistieron al desternillante espectáculo de los feroces policías de Milosevic chocando entre sí al correr detrás de aquellos animales que dando graznidos recorrieron todo el pueblo”, escribe Popovic. Los agentes no podían dejarlos sueltos porque eso sería como dar el visto bueno a los activistas, así que el espectáculo estaba servido. Con una acción de consecuencias tan ridículas, pretendían que los ciudadanos no sintieran miedo de unos agentes con un aspecto habitualmente tan despiadado.
A veces, un objeto de uso corriente no sirve para comenzar a resquebrajar una dictadura (los policías estaban cerca de un grupo de trabajadores, y los activistas habían invitado a periodistas para hacer fotografías), sino para denunciar lo que algunos consideran una injusticia del sistema. Fue lo que pasó en Israel con nada más y nada menos que el requesón.
Hace una década, este producto muy vinculado a la cultura del país era considerado de primera necesidad por el Gobierno, y, por ello, recibía ayudas estatales y no podía subir de un determinado precio. En 2006, el Ejecutivo retiró esas ayudas, y el precio se disparó al doble en cinco años. Esta situación le vino que ni pintada a Itzik Alrov, un vendedor de seguros que quería protestar por el alto coste de vida. Desde Facebook, animó a todo el mundo a dejar de comprar requesón durante un mes: “Si no somos capaces de dominar nuestro deseo de comprar requesón, no somos dignos de poder comprarlo a un precio asequible”. Un bloguero le entrevistó y la campaña se viralizó.
Los principales medios de comunicación le dieron más bombo; de repente, miles de personas reclamaban requesón más barato, y la principal compañía láctea no estaba dispuesta a bajar los precios, lo que dio más alas a los manifestantes, que decidieron boicotear toda su línea de productos. Menos de dos semanas después y tras el descenso de las ventas, las cadenas de supermercados anunciaron rebajas. A los pocos días les secundaron las propias fábricas de lácteos. Y tras ello cayeron los precios de otros productos, como la vivienda.
Y un día puede ser el requesón pero otro pueden ser las flores. Fue lo que pasó en 2003 en Georgia, en la llamada Revolución de las Rosas. Los manifestantes creían que se habían falsificado los resultados de las elecciones parlamentarias de 2003. El primer día del nuevo Parlamento, los opositores, que también criticaban la corrupción en el país, entraron en la sala llevando rosas en las manos, sinónimo de paz, y pidiendo al entonces presidente, Eduard Shevarnadze (en el poder desde 1992), que abandonara la sala. Días después, sin el apoyo del Ejército y tras reunirse con los líderes de la oposición, Shevarnadze dimitió.
Eres de los míos
Aunque para ingenio y humor el de los conductores chilenos. Allá por los años 70, bajo la dictadura de Pinochet, la oposición consiguió que los taxistas circularan lentamente por Santiago de Chile. Pronto, los conductores de todo tipo de vehículos los secundaron para mostrar su rechazo al régimen. Y al cabo de unos días, también los peatones iban más lentos.
Según explica Popovic en el libro, los chilenos tenían miedo de abrir la boca para protestar. “Ahora bien, ver que todo el mundo, en coche o a pie, reduce la velocidad y comprender que eso es una sutil forma de protesta contra el régimen basta para convencer al más escéptico de que casi todos odian al tirano”, escribe. Gracias a ello, los chilenos entendieron que ellos eran mayoría y ‘los otros’ minoría.
Pero sin lugar a dudas, uno de los elementos revolucionarios que más sorprenden del libro es el arroz con leche. Y fue decisivo en un lugar tan inesperado como las islas Maldivas. ¿Qué pasó allí? Korean Beauty
Durante tres décadas, en Maldivas hubo una dictadura liderada por Maumoon Abdul Gayoom. La capital, Malé, que nada tenía que ver con los complejos hoteleros de lujo, no tenía mucha diversión: cines, centros comerciales, prohibición de alcohol (es un país musulmán)… Además, la policía usaba tácticas brutales contra los disidentes. Cuando en 2004 un tsunami arrasó sus islas: casi la cuarta parte de las islas habitadas tuvieron graves daños y un 10 % fue declarado inhabitable.
Gayoom pidió ayuda internacional, y los países del globo pidieron a cambio partidos políticos y elecciones libres de fraude. Gayoom aceptó esas condiciones, y la oposición educada en el extranjero vio una oportunidad de oro para triunfar.
De lo único que estaban seguros estos disidentes instruidos era de que “cualquier maldivo sería capaz de inmolarse por el arroz con leche […], casi una obsesión nacional”, cuenta Popovic. Así, organizaron en Malé una comida al aire libre para distribuir platos gratis, lo que despertó la curiosidad de miles de personas. Entre plato y plato, los líderes de la oposición estrechando la mano a los trabajadores y sonriendo. De esta forma sensibilizaron a la población y la ayudaron a tomar conciencia. El siguiente paso sería conocer sus demandas personales (que los trataran con dignidad, recibir el sueldo a tiempo…) y elaborar una “visión de futuro”, como lo denomina Popovic, para cambiar las cosas.
Todos estos elementos fueron el germen para comenzar una revolución con simpatía y simplicidad. La próxima vez que quieras cambiar el mundo, sea a base de derrocar un gobierno o bajar los precios de algo, piensa en cosas originales. Y si no, acude a Popovic y sus compañeros: seguro que te dan buenas ideas.
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Con información de ‘Cómo hacer la revolución. Instrucciones para cambiar el mundo’, Wikipedia (1, 2, 3 ) y Sputnik News. Imágenes de Joe Brusky, StateofIsrael y Nattu
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2024-11-26
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