Son dos establecimientos vecinos. Uno de ellos se dedica a vender remedios para la calvicie. El otro, a eliminar el vello corporal. Un análisis apresurado concluiría que el negocio A se dedica a la actividad antagónica del negocio B pero no es así: ambos se dedican a reubicar los pelos que nos dio la genética en zonas socialmente aceptables. Visto así, el negocio de poner o quitar pelo corporal es una buena metáfora de la economía de mercado; una parte sustancial del consumo se basa casi exclusivamente en suplir las carencias emocionales del comprador, de forma que su autopercepción acabe encajando en el molde social que, supuestamente, debe rellenar. I can’t get no satisfaction.
I can’t get no satisfaction.
Tener más o menos pelos en las piernas, la espalda o la cara no parece sobre el papel un problema que debiera preocuparnos demasiado, si lo comparamos con la enorme variedad de dolencias, enfermedades y defectos físicos de los que podríamos ser víctimas y de los que tal vez nos hayamos librado en a ruleta de la genética. Sin embargo, para un enorme número de hombres y mujeres el asunto del pelo acaba convirtiéndose en un asunto crucial, que supone un desmesurado gasto en tiempo, dinero y preocupaciones. A la proliferación de establecimientos del tipo Pelo Zero o Recupera tu Cabello me remito.
El vello corporal es una rémora ancestral prácticamente innecesaria del ser humano. El pelo, que en nuestros lejanos antepasados, servía para abrigar ya no nos sirve para nada. Eso explica que cada generación sea menos peluda que la anterior y que en un futuro no muy lejano las personas prácticamente no tengamos vello salvo en la cabeza -que seguimos llevando descubierta- y el pubis y las axilas, indicadores externos de madurez sexual. Pero parece ser que el proceso no es lo suficientemente rápido y recurrimos a métodos provisionales -afeitado, depilación- o definitivos -láser- para dar impulso a la mismísima evolución. Al otro lado de la trinchera los hombres -y algunas mujeres que no se sienten conformes con su sexo original- recuren a la química para burlar los designios de los genes: queremos pelo. En el cogote, en el pecho, en los brazos.
Por supuesto que ponerse o quitarse pelo es trivial, casi anecdótico, comparado con operarse la nariz, estirarse la piel, quitarse o ponerse pechos o cualquier otra intervención quirúrgica innecesaria desde el punto de vista de la salud, pero es significativo de un sistema que prima la insatisfacción como estado inherente y perpetuo del ser. Los publicistas, esos grandes psicólogos, saben sobradamente que un individuo inseguro y acomplejado es el mejor de los clientes posibles, así que inciden en nuestras flaquezas y dudas para, a la postre, vendernos crecepelos y maquinillas de afeitar. Podéis apostar que entre los humanos calvos y barbilampiños del futuro estará de moda el pecho lobo y habrá un revival de pubis tipo “gato acostado”, tan habitual entre las playmates de los 80.
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2025-01-23
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