La mente es, en esencia, una máquina de reducción de la realidad. Si tuviéramos que bregar con las decenas de gigabytes que a cada segundo llegan a nuestros sentidos nos volveríamos, literalmente, locos. Por tanto, inventar una tecnología que añade una capa extra de información a la realidad y llamarle “realidad aumentada” puede catalogarse de neurótico.
Para quien no hayan oído hablar de la realidad aumentada les referiré al ejemplo más conocido: el T-500 con pinta de Arnold Schwarzenegger en cueros que analiza la talla de ropa de los infelices moteros en la primera escena de “Terminator 2”. Acabaremos disponiendo de esa aplicación –no lo duden- pero en el ínterin la aplicación más inmediata de la realidad aumentada será la que nos permita recibir información adicional sobre un producto que encontremos en el anaquel de un comercio determinado.
Por ejemplo, podremos tomar una lata de espárragos Cojonudos de la estantería y conectarnos a una página del tipo DooYoo que nos ponga al día de la opinión del producto de otros usuarios anteriores o nos avise que el precio marcado en el comercio en cuestión es un 10% superior al de una tienda dos calles más para allá. En otras palabras: más de lo mismo, pues esa metainformación está dentro de la lógica convencional de la sociedad del mercado. No hacen falta tantas alforjas para este viaje.
Me permito lanzar algunas sugerencias para que, efectivamente, la realidad aumentada se haga merecedora de su nombre:
-Al mirar el precio de la lata de espárragos aparecerá desglosado cuánto se le pagó al agricultor por los mismos, cuánto al transportista, cuánto estoy pagando por el anuncio en la TV y qué margen le queda al dueño del chiringuito.
-Otro aspecto intrigante de la cadena de distribución es cómo es posible que un kilo de manzanas crecidas en Chile y que han viajado 8.000 kilómetros en barco sean en Santander más baratas que otras plantadas en Lugo (y luzcan lozanas, a pesar del viaje). Y ya de paso, ¿qué gasto energético ha supuesto el transporte del producto hasta llegar a la tienda?
-Finalmente, y aunque sea meterme donde no me llaman, ¿qué estructura de propiedad tiene el comercio en sí? ¿Es una franquicia, como Mango; una cooperativa, como Eroski; una multinacional francesa, como Alcampo o un negocio familiar, como Ultramarinos Benítez? A muy poca gente parece importarle este particular pero considero relevante saber si mi dinero va a parar a un esforzado inmigrante que trabaja de sol a sol o a un millonario ruso que toma el sol en las Seychelles?
Suele decirse que el acto de comprar es una suerte de voto cotidiano en la “democracia del consumo” en que vivimos. La realidad aumentada puede ser más reiterativamente profunda o más amplia de visión y, en consecuencia, más ética. En caso de ser así, un consumidor mejor informado –lo que no quiere decir necesariamente que conozca la vida y milagros del fundador de la empresa que envasa los espárragos que consume- será un consumidor con más conciencia.
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comodibujar
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2024-11-09
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