No hay época del año en la que echemos un vistazo a la cartelera y no nos encontremos al menos con un par de películas sobre catástrofes y desastres naturales (o provocados por una invasión alienígena). Coches en llamas, ciudades colapsadas, la humanidad al borde de la extinción… Afrontémoslo, simular tragedias naturales es una de las cosas que más nos gustan como especie y disfrutamos con ello. Precisamente por ello, resulta bastante curioso que sigamos cometiendo los mismos errores que cuando empezamos. Echando un vistazo a las explicaciones científicas que se esconden detrás de los desastres más cinematográficos se descubre que las catástrofes reales son ligeramente distintas a las que nos están enseñando las películas de la gran pantalla.
catástrofes reales son ligeramente distintas a las que nos están enseñando las películas
Entre tanta destrucción ocupa un lugar preferente la Estatua de la Libertad. Esa que, sin quererlo, termina convirtiéndose en la protagonista de un sinfín de películas de catástrofes. Toda cinta sobre desastres naturales que se precie la muestra antes o después parcialmente derruida. Eso sí, nunca aparece reducida a escombros, que sería precisamente lo que le pasaría en la vida real. Uno de los ejemplos más célebres se encuentra en ‘El Planeta de los Simios’ donde, además, su aparición toma un enorme valor simbólico como caída de la raza humana.
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Partiendo de lo básico, la señorita Libertad no ha sido capaz (al menos sin ayuda) de sobrevivir siquiera a sus cien primeros años de vida. Alrededor de 25 millones de dólares (más de 22 millones de euros) han tenido que invertirse para poder frenar la erosión y corrosión que ya sufre de por sí sin necesidad de que un tornado o un maremoto cause estragos en su estructura. Por mucho que se empeñen los guionistas y directores, la estatua no deja de ser un monumento hecho a base de hierro y cobre, materiales que sufren la cercanía del mar, fríos inviernos y vientos huracanados. Cualquier desastre la pulverizaría en un abrir y cerrar de ojos.
Pero ojo, la solemne estatua verde no es ni mucho menos el único elemento paisajístico que los cineastas se resisten a derribar, convirtiéndolos prácticamente en indestructibles. Resulta que hacen exactamente lo mismo con los puentes colgantes.
En las películas de desastres nos suelen mostrar estructuras a medias, puentes a los que les faltan trozos. No obstante, la realidad es un poco distinta: se caen por completo, le pese a quien le pese. Y lo cierto es que esto no debería sorprendernos, al menos si comprendemos el funcionamiento de los propios puentes.
La mayoría de los puentes se sostienen gracias a la tensión creada entre sus torres. Así, si se rompen los cables, no queda nada que sostenga el pavimento, que evidentemente se desploma por completo. Exactamente lo mismo que sucede en esta escena de ‘El Caballero Oscuro’.
Por otra parte, un sinfín de películas han puesto todo su empeño en mostrarnos explosiones de todo tipo ante las que los humanos se quedan primero atónitos para después echar a correr en un desesperado intento por salvar su vidas. La realidad, de nuevo, se encuentra bastante alejada de la ficción de Hollywood. Aunque odiemos tener que decir esto, lo cierto es que todos los allí presentes morirían de manera instantánea.
Básicamente, porque nuestros pulmones, oídos e intestinos, por mencionar solo algunas partes de nuestro cuerpo, explotarían a la velocidad del sonido debido al brusco cambio de presión. Las fuertes explosiones en la vida real viajan a una velocidad de unos 14.400 km por hora, por lo que nos sería indiscutiblemente imposible escapar de ellas.
Además de todos estos fallos, no son pocas las veces que hemos visto en pantalla a la Tierra temblar violentamente hasta tal punto que, en ocasiones, llega a abrirse una brecha colosal. Sí, hablamos de los terremotos cinematográficos, que tampoco funcionan como lo hacen en la realidad.
Esta vez, la razón se encuentra precisamente en el causante del desastre en sí: la fricción entre dos placas tectónicas que chocan. Explicado de manera muy simple, si las dos placas se separan, tal y como nos indican las películas, y si de verdad se creara una franja entre dos terrenos, esta fricción no se produciría, pues no se están tocando. Resulta cuanto menos paradójico que se genere ese temor a que dos placas se separen por completo, cuando en realidad se parece más a una solución. Una buena metedura de pata en este sentido la encontramos en la película ’San Andreas’, de Brad Peyton, que indignó a sismólogos de todo el mundo.
Siguiendo nuestro recorrido por desastres naturales, llegamos a los tornados. Si hay algo que hemos visto en todas las películas donde entran en acción es que lanzan cualquier cosa que se interponga en su camino a kilómetros de distancia, como si de proyectiles se trataran. Una vez más, planteamiento erróneo. El tornado no lanza, engulle. Echando un vistazo a uno real, comprobaremos cómo los arbustos cercanos se inclinan hacia él, un efecto que se produce porque atraen todo aquello que les rodea hacia su interior.
También tenemos unos cuantos ejemplos de volcanes cinematográficos que deciden aparecer de la nada. Buen ejemplo de ello lo encontramos en ‘Volcán’, de 1997. Lejos de lo que nos muestra su director, Mick Jackson, resulta inconcebible que un volcán pueda aparecer debajo de Los Ángeles. La explicación es simple: para que se forme es necesario que una placa se deslice debajo de la otra, y la falla de San Andrés es transformante, por lo que las placas se desplazan una al lado de la otra, horizontalmente y sin destruir la litosfera. Fotos Porno y actrices porno
Por último, pero no menos importantes, los tsunamis de Nueva York sí que son un animal mitológico. Todos sabemos cómo funciona. El protagonista mira al cielo y ve cómo millones de pájaros huyen del océano. Se levanta el aire y, de repente, Manhattan se encuentra ante un inmenso muro de agua. Pues bien, la realidad es la siguiente: a pesar de haberse convertido en todo un emblema, Nueva York no se encuentra ante mar abierto, así que por mucho que nos guste (al menos cinematográficamente hablando) no va a sufrir jamás un tsunami. Atentos al fotograma de ‘El Día de Mañana’, de Roland Emmerich. Espeluznante, sin duda, aunque erróneo.
Lo cierto es que a pesar de no contar con rigurosidad científica, y aunque no se ciñan precisamente a la realidad, estas películas hay algo en lo que no fallan. No importa cuantas veces nos presenten un tornado inverosímil, o cuantas veces se empeñen en atemorizarnos con absurdos volcanes que surgen de la nada. Una tras otra, siguen consiguiendo ponernos la piel de gallina.
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Con información de Cracked, 20 Minutos y Gizmodo Imágenes de Pixabay y NOAA National Severe Storms Laboratory.
NOAA National Severe Storms Laboratory
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2024-10-10
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