Hace unos días Time publicaba una lista de los que considera los mayores fraudes científicos, que como cualquier lista similar, está abierta a debate, pues probablemente las inquietudes de cada uno darían como para hacer tantas listas diferentes como personas.
los mayores fraudes científicos
De hecho, la lista de Time incluye cosas que son poco relevantes de cara a la población en general como por ejemplo el engaño de Hwang Woo-suk sobre la clonación humana que dijo haber conseguido y que hoy sabemos que era mentira, aunque no por ello menos importantes desde el punto de vista científico.
Pero también hay al menos un par de casos que afectan directamente a la salud, como el de las investigaciones de Dipak Das sobre el supuesto efecto beneficioso para el corazón del resveratrol, una sustancia presente en el vino, o tan traída y llevada afirmación de Andrew Wakefield de que las vacunas están directamente relacionadas con el autismo.
Hoy sabemos, sin lugar a dudas, que el supuesto trabajo de Wakefield es un engaño de principio a fin, tanto por la metodología utilizada como porque quedó demostrado que había sido financiado por un abogado que tenía como objetivo demandar a las farmacéuticas fabricantes de la vacuna.
es un engaño de principio a fin
A veces estos fraudes en realidad no son tales y vienen causados por errores en la metodología, a lo que no ayuda la presión que hay de publicar resultados para avanzar en la carrera profesional de los científicos, y por eso muchas veces una vez que este error sale a la luz se produce una defensa empecinada por parte del autor o autores del trabajo para no reconocer el fallo, a menudo apoyados en esto por las instituciones en las que trabajan. Artículos de danza y ballet
Otras veces, son fraudes sin paliativos causados por este mismo deseo de publicar llevado al extremo, o por la necesidad de conseguir financiación a cualquier precio.
Pero si hay algo fundamental en todo esto es que para publicar cualquiera de estos estudios hay que tener una serie de datos detrás que los respalden –al menos según los autores– y que estos datos están disponibles para que otros científicos puedan estudiarlos e intentar repetir el experimento para comprobarlos.
Es cierto que si los resultados no son revolucionarios puede pasar más tiempo antes de que esto suceda que cuando es un estudio como el de la doctora Felisa Wolfe-Simon que afirmaba que habían encontrado unas bacterias en el lago Mono en California capaces de asimilar el arsénico allí presente en su ADN, que en seguida fue puesto en duda por muchos otros científicos, y que en la actualidad tiene toda la pinta de que en realidad fue un fallo de metodología y que los resultados presentados son erróneos.
Esto es parte del método científico, que se basa, entre otras cosas, en crear teorías que permiten realizar afirmaciones falsables, afirmaciones respaldadas por observaciones y datos que se pueden comprobar, y precisamente el carecer de esos datos hace que cosas como la homeopatía puedan pasar el más mínimo escrutinio científico.
Claro que eso no es óbice para que la gente decida creer en cosas como esa o para que los movimientos antivacunas estén ganando una notoriedad preocupante, pues ante la cabezonería no hay datos ni método científico que valgan.
{Foto: The Chemistry Of Inversion (CC) Melvin Schulbman @ Flickr}
Datos frente a cabezonería
Hace unos días Time publicaba una lista de los que considera los mayores fraudes científicos, que como cualquier lista similar, está abierta a debate, pues
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2024-10-31
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