“Contra el cambio”, una diatriba contra el calentamiento global

 

 

 

“Contra el cambio”, de Martín Caparrós, es un libro peligroso. Peligroso porque subvierte unas cuantas ideas firmemente asentadas en la psique común por lo que el autor llama “la religión del ecologismo”. Peligroso porque parece rebatir en el terreno de la ciencia cuando en realidad sus puyas son ideológicas. Y peligroso, finalmente, porque aunque utiliza muchos de los argumentos habitualmente blandidos por quienes niegan o minimizan la influencia de la mano del hombre en el clima (omitiré referirme a ellos como “negacionistas” para no posicionarme) pero lo hace con una brillantez literaria y periodística de la que carecen sus correligionarios.

 

“Contra el cambio”

Caparrós recorre por encargo de un organismo internacional varios puntos calientes del planeta, que presuntamente ya sufren las consecuencias del calentamiento global: Brasil, Nigeria, Níger, Marruecos, Mongolia, Australia, Filipinas, EEUU y las Islas Marshall. Allí se dedica a observar los estragos del cambio climático y a hablar con los lugareños, quienes invariablemente culpan al cambio climático de sus sequías, riadas, cosechas paupérrimas y, en general, de su miseria.

Cualquier otro cronista que hubiese escuchado de boca de las víctimas estos relatos hubiera vuelto del tour convencido de que la emisión masiva de gases de efecto invernadero está teniendo un efecto, actual y palpable, en los bio de todo el mundo. Caparrós no. Caparrós cree que la unanimidad de sus testigos demuestra que el mensaje de la fe “ecololó” (como denomina desdeñosamente a cualquier persona o grupo con veleidades conservacionistas) ha calado tan fuerte que el cambio climático se ha convertido en el sospechoso habitual de cualquier catástrofe natural.

Dice Caparrós (p. 132) que los que vinculan las tragedias naturales con el cambio climático están poniendo en marcha su máquina de prejuicios. Pero el periodista argentino no tiene un pelo de tonto, así que ciertamente sabe que cuando él desvincula sistemáticamente cualquier desastre natural con los efectos del cambio climático está poniendo en marcha la misma máquina…sólo que al contrario. En otras palabras, Martín Caparrós viaja para confirmar sus prejuicios.

Lo que no quiere decir, ojo, que no pueda tener razón. Algunas de sus reflexiones en los larguísimos desplazamientos inter o entre países son finos dardos que apuntan a la línea de flotación del sentimiento de culpa de occidente y de su contracara, el buenismo:

“No sabemos vivir sin la presencia del apocalipsis, de algún fin del mundo, así que ahora, para que haya alguno, los profetas actuales nos anuncian el fin cambio climático” (p. 50).

Aun es más, Caparrós acusa al entramado ecologista-político-empresarial de utilizar no sólo el calentamiento global sino el mismo conservacionismo como tapón con el que evitar que los países sin desarrollar alcancen los niveles de vida que gozan (gozamos) los prósperos pueblos occidentales, los mismos que pueden (podemos) permitirnos el lujo de preocuparnos por el medio ambiente. El ecologismo sería por tanto, según Caparrós, una suerte de hipócrita imposición de los que ya contaminaron a los que aún no pudieron hacerlo.

 

¿Cuál sería entonces el camino a seguir por los habitantes de los países listados arriba? Exprimir (sin llegar a ahogar) la naturaleza para obtener recursos y elevar el nivel de vida de sus habitantes. Caparrós cuenta con una ventaja respecto a muchos antiecologistas de corbata, maniatados por la corrección ecológica: es libre de decir lo que piensa. Y piensa, a grandes rasgos, que la naturaleza y el propio clima son adversidades que el ingenio del hombre puede y debe superar:

“La historia de los hombres es una sucesión en su búsqueda de independizarse de los efectos del meteoro” (p. 173).

“Contra el cambio”, un libro peligroso y, por eso mismo, altamente recomendable.

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