Así es el búnker secreto para refugiar a los políticos de eeuu en caso de guerra nuclear

 

 

 

En este hotel de cuatro estrellas, que podría ser como cualquier otro establecimiento de esta categoría, hay una suite presidencial que han ocupado todos los presidentes estadounidenses desde Eisenhower, pero también un búnker subterráneo por si se avecina un desastre. Fue construido durante la Guerra Fría e incluye numerosas filas de literas para los miembros de la Cámara de Representantes y el Senado. Su sistema de ventilación permitía eliminar las radiaciones que pudieran llegar desde fuera. Durante 30 años pocos supieron de él, mucho menos el resto de inquilinos del hotel.

‘Isla Griega’. Ese era el nombre clave que se dio durante la Guerra Fría al Hotel Greenbrier en la localidad de White Sulphur Springs, Virginia Occidental, a escasos kilómetros de la capital federal de los Estados Unidos. Bajo la apariencia de ‘resort’, el edificio mantuvo una alta y secreta actividad hasta que, en mayo de 1992, el Washington Post destapó la historia, comprometiendo su existencia. El proyecto para dotarse de un búnker de este calibre que guarneciera a senadores y congresistas en caso de cataclismo nuclear comenzó a planificarse durante la administración Eisenhower y se construyó entre 1958 y 1961 junto a los cimientos del hotel.

 

Washington Post destapó la historia

El día después de que se publicara el artículo que desvelaba los secretos del hotel nuclear, cuya función era cobijar a todo el poder legislativo de los EE.UU., el servicio secreto comenzó a desmontar el búnker y en 1995 finalizó el contrato del gobierno con los propietarios del Greenbrier. Treinta años atrás, los procelosos tiempos de la Guerra Fría y el temor a un ataque nuclear habían llevado a la psicosis a muchos sectores de Washington. Sin embargo, el refugio no se utilizó ni en los momentos más críticos de las tensiones con la Unión Soviética. Ni tan siquiera durante la crisis de los misiles cubanos de 1962. Cómo se mantuvo en secreto durante tanto tiempo es algo que sobrepasa cualquier teoría de la conspiración, porque se sospecha que nunca nadie dijo nada a senadores y congresistas acerca de cuál podía ser su destino ‘vacacional’.

Para empezar, porque su ubicación está a la vista de todo el mundo. El hotel Greenbrier es uno de los ‘resorts’ de lujo más famosos de Estados Unidos. Banqueros y empresarios de las décadas de los sesenta y setenta estuvieron frecuentando las instalaciones termales de White Sulphur Springs sin saber que se alojaban tras muros de hormigón armado diseñados para resistir la destrucción final. Y pistas para darse cuenta de que ahí pasaba algo tenían. Por ejemplo, un aeródromo de más de dos kilómetros de longitud para un pueblo de 3.000 habitantes. En el tiempo que estuvo operativo, el búnker mantuvo su propia actividad al margen de los vericuetos de la vida pública. Su sistema de aire acondicionado, diseñado para filtrar la radiación, se revisaba todas las semanas y, cada vez que había elecciones, cada una de las 1.100 literas de metal con las que contaba se asignaba a uno de los representantes y funcionarios electos. Todo ello tras una pared de cemento de varios metros de grosor y en un espacio que podría ocupar un gran centro comercial.

 

Para entender el porqué de un escondite de tal magnitud hay que retroceder a aquellos años cuando en Estados Unidos se levantó una inmensa industria dedicada a la construcción de búnkeres y refugios anticomunistas. Durante los años 50, con el terrible macarthismo y la caza de brujas en pleno apogeo, el presidente Dwight Eisenhower comenzó barruntar la posibilidad de un conflicto final contra el imperio soviético. Y, ante tal posibilidad, asesores y políticos no perdían la esperanza de que, en el desastre atómico, hubiera un día después. Tras la hecatombe, el Congreso y el Senado tenían que seguir funcionando. La genialidad de la jugada residió en que el lugar escogido para esconder a los representantes ciudadanos iba a ser en las narices de la ‘aristocracia’ empresarial de Washington. Allí donde iban a descansar tras la agitada semana en la capital.

con el terrible macarthismo y la caza de brujas en pleno apogeo

Durante los preparativos de la instalación, a los huéspedes del hotel se les dijo que el tremendo agujero del jardín iba a servir para levantar una nueva sala de conferencias –una mentirijilla, porque a modo de tapadera sí que se construyó un salón de actos. De hecho, en otra sala de reuniones donde se celebraron congresos y actividades de toda índole, la gente veía micrófonos adosados a los asientos aunque no podían usarlos. Su propósito original era grabar las hipotéticas sesiones del Congreso que se podían haber celebrado cuando los diputados ocuparan el refugio.

La gran cantidad de baños –casi todos para hombres– era otra de las extrañas pistas, a la vista de todo el mundo, que indicaban que allí pasaba algo raro. Otra de las rarezas fue que tanto los vicepresidentes Gerald Ford –antes de que fuera presidente- como Hubert Humphrey pasaron largas temporadas en las instalaciones en vez de residir en Washington: quizás fueron unas de las pocas personas del mundo que sabían lo que se cocía en aquel hotel.

Además de los vicepresidentes, quienes supieron en ese tiempo de la existencia del búnker fueron los funcionarios contratados para su mantenimiento. Bajo la empresa pantalla Forsythe Associates que, en teoría, tenía como misión el mantenimiento de las más de 1.000 televisiones de la instalación hotelera, el servicio secreto pudo tener listos todos los detalles del Greenbrier. Durante aquellos 30 años se produjo un intenso trajín para mantener siempre listo el búnker. El inmenso botiquín del hotel se renovaba mes a mes para que ninguna medicina caducara. Lo mismo sucedía en las cocinas y almacenes, donde se cuidaba que la comida estuviera fresca. Y hasta el último de los filtros de ventilación se revisaba semanalmente para mantener todo listo para la acción.

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Pero no sólo eso. Había que tener engrasada una enorme puerta de 30 toneladas diseñada para que un hombre pudiera abrirla y cerrarla. Una cámara de descontaminación, los 18 dormitorios para los 1.100 huéspedes, la depuradora para 25.000 litros de agua, los tanques de 53.000 litros de gasóleo, una sala de comunicaciones con estudio de televisión y radio y la moderna clínica con 12 camas de hospital, sala UCI, médico y servicio de dentista. Ah, y una cafetería. Todo eso tenía el búnker presidencial. Casi nada.

En 1995, tres años después de que la doble naturaleza del edificio se desvelara y el gobierno comenzase a desmontar parte de las habitaciones y salas, el futuro turístico del Greenbrier estaba cantado. Aquel mismo año, las visitas guiadas comenzaron a sucederse. Pese a que muchos muebles y equipamiento pasaron a otras dependencias del estado, el comedor, la cocina, la estación energética y la sala de reuniones permanecen intactas. Uno de los dormitorios y varias dependencias auxiliares se remozaron para que los visitantes puedan conocer cómo era vivir y trabajar en un búnker bajo amenaza nuclear.

Con información de NPR, Wikipedia, Greenbrier, PBS, Civil Defense Museum. Imágenes de James Vaughan y Wikimedia Commons (1, 2, 3).

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NPR

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Greenbrier

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Civil Defense Museum

James Vaughan

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