1971, en el pleistoceno de la informática (y el año que nací yo). Un joven programador, Michael Hart recibe una cuenta por el equivalente a 100 millones de dólares en tiempo de proceso en un mainframe de Xerox en la Universidad de Illinois. Hart resulta ser un visionario y también un ingenuo. La prueba de lo primero es que en apenas dos horas concluye que el mayor valor que aportan los ordenadores “no reside en el procesamiento de datos, sino en el almacenamiento, búsqueda y recuperación de lo que está almacenado en las bibliotecas”. Su teoría no es del todo precisa (la computación sí es importante) pero hay que reconocerle que se adelanta 33 años a Google Books y 36 al Kindle. Es la génesis del Proyecto Gutenberg.
El ramalazo de ingenuidad viene a continuación. Para demostrar la veracidad de su aserto, Hart se pone a transcribir a mano (por entonces no existía el OCR) en el valioso ordenador la “Declaración de la Independencia” y la envía a todos los terminales conectados en la red, en un prematuro ensayo de lo que más tarde se conocería como un virus de Internet.
La lógica del joven Michael es la siguiente: cada uno de los 100 millones de usuarios del ordenador (o de la Red o de la Nube o del libro electrónico) del futuro podrían disfrutar de su propia copia de tan fundamental documento (para los estadounidenses, claro), de modo que quedarían amortizados los 100 millones de dólares de tiempo de proceso.
Treinta y ocho años después (qué mayores nos hacemos) el Proyecto Gutenberg ha digitalizado 30.000 libros que habían alcanzado el dominio público, una minucia comparados con los 10 millones que dice tener escaneados Google, un millón de los cuales está en dominio público. Pero Google juega con ventaja: no los teclea a mano.
Historia del Proyecto Gutenberg contada por ellos mismos. Visto en Internet en una cáscara de nuez.
Historia del Proyecto Gutenberg
Internet en una cáscara de nuez
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